Antes de traeros la review del Hércules dirigido por Brett Ratner con
Dwayne Johnson de protagonista, me quiero quitar un peso de encima hablando de
la “otra” película de Hércules que ha habido este año. Ya que, como bien
sabéis, este año hemos tenido al famoso semidios por partida doble.
Grecia, 1200 a.C., la reina
Alcmena (Roxanne McKee) suplica a los dioses una solución para acabar con la
tiranía de su esposo, el rey Anfitrión (Scott Adkins). Como respuesta a sus
plegarias, el dios Zeus la posee y engendra con ella un hijo que sea el futuro
salvador; el cual, reciba el nombre que reciba, tendrá siempre el nombre de
Hércules. El niño recibe el nombre de Alcides y se cría como hijo de Anfitrión.
Pero el rey sabe que su esposa le fue infiel con alguien y lo menosprecia,
favoreciendo más a su hijo mayor, Ificles (Liam Carrigan). Años después, el
niño crece convertido en un fuerte joven (Kellan Lutz) y mantiene una relación
con la bella Hebe (Gaia Weiss), hija de uno de los aliados de Anfitrión, quién
organiza el matrimonio entre ella y Ificles.
Es por ello por lo que intentan
escapar, pero ambos son capturados. Como castigo, Anfitrión decide enviarle a
Egipto junto a un batallón comandado por Sotiris (Liam McIntyre). Antes de
partir, Alcmena le dice que su verdadero nombre es Hércules y que está
destinado a algo muy importante, pero él solo piensa en Hebe y no le hace mucho
caso. Una vez en Egipto, todo resulta una trampa. Antes de partir, el rey
redujo la tropa a la mitad y les hizo ir por un paso peligroso. Así, todo el
batallón cae en una trampa y son atacados por unos mercenarios enviados por el
rey. Solo sobreviven Sotiris y él, que adopta el nombre de Hércules para que
crean que murió en la emboscada. Los dos son vendidos como esclavos y obligados
a luchar en la arena para sobrevivir e intentar escapar para regresar y evitar
el matrimonio entre Hebe e Ificles.
No es la primera vez que dos películas de una misma temática coinciden un mismo año. Por ejemplo, en 1991 se estrenaron dos películas de Robin Hood, en 1992 dos películas sobre el descubrimiento de América, en 1997 dos películas sobre volcanes o en 1998 dos películas sobre un asteroide que se va a estrellar contra la Tierra; y, siempre, de estas dos películas hay una que es mejor que la otra. Este año le ha tocado el turno a Hércules, que nos llega por partida doble con dos películas: la que protagoniza Dwayne Johnson y esta de la que me dispongo a hablar ahora.
Esta fue la primera en llegar –se estrenó el pasado mes de enero –, pero eso no significa que sea la primera, ya que la otra empezó a gestarse antes que esta. Lo que ocurre es que los responsables de este film metieron el turbo, ya que se nota que el acabado es muy apresurado, y por eso ha llegado antes.
Los de Millenium Films se
enteraron de que Paramount Pictures y MGM estaban preparando una gran
superproducción sobre Hércules y decidieron subirse al carro realizando en
tiempo record su propia película. Para ello, invirtieron 70 millones de dólares
y pusieron al frente del proyecto a Renny Harlin, un buen director venido a
menos. Para dar vida al hijo de Zeus escogieron a Kellan Lutz, actor que se
hizo popular por su participación en la saga Crepúsculo y en series como la nueva versión de Sensación de Vivir; un currículum que
espantaría a cualquiera con dos dedos de frente, pero se ve que a esta gente le
pareció una buena idea.
La película ha sido uno de los
mayores desastres del año. Con sus 70 millones de presupuesto, tan solo ha
hecho 19 millones en EEUU y 42 millones más en el resto del mundo, haciendo un
total de 61 millones de dólares; ni siquiera ha logrado recuperar su inversión
con la taquilla internacional. Todo esto sin mencionar que la crítica la ha
pulverizado sin ninguna piedad y que la mayoría de la gente que la vio salió
echando pestes de ella.
Y es que no me extraña, porque la
película es una PUTA MIERDA.
A mí me costó horrores tragármela
entera, porque es tan mala que hasta se hace insoportable de ver. Ni siquiera
he querido hacer un segundo visionado antes de hacer la review porque, entre volver
a ver este engendro y clavarme clavos al rojo vivo en los ojos, optaría sin
duda por lo segundo.
Su director, Renny Harlin, lleva varios años en caída libre y parece que aún no ha tocado fondo. Este finlandés comenzó su carrera en el cine de terror de serie B en los años 80 y tuvo su momento de gloria como director de cine de acción en la primera mitad de los 90 gracias, especialmente, a dos películas: La Jungla 2: Alerta Roja (1990), primera de las secuelas de la maravillosa La Jungla de Cristal (John McTiernan, 1988), y Máximo Riesgo (1993), la cual ha llegado a convertirse en un pequeño clásico del género. Sin embargo, su carrera cayó en picado en la segunda mitad de los 90 con los fracasos de La Isla de las Cabezas Cortadas (1995) y Memoria Letal (1996) y, aunque parecía que volvía a recuperarse con la película de tiburones Deep Blue Sea (1999), en la década siguiente y lo que llevamos de esta no ha hecho más que encadenar fracaso tras fracaso al mismo tiempo que la calidad de sus trabajos ha ido decreciendo.
Y, con esta película, el tipo no ha hecho más que poner otro clavo en el ataúd de su carrera firmando uno de sus trabajos más bochornosos, con una dirección que da pena, un guión –donde él mismo participó –que da pena, unas escenas de acción que dan pena, unos efectos especiales que dan pena, unas interpretaciones que dan pena…
Aunque, lo que más pena da es ver como el tipo intenta emular, de la forma más patética, a Zack Snyder; sobre todo, en esos planos a cámara lenta que tanto caracterizan el estilo del director de 300. Lo que pasa es que Snyder sabe filmar muy bien esos planos y sabe como y cuando meterlos en determinados momentos de sus películas. Pero aquí, esos planos resultan de lo más patéticos, ya que están penosamente filmados y suelen llegar sin venir a cuento.
La película es como una mezcla
entre la mencionada película 300 y la
serie Spartacus: Sangre y Arena; y
aquí reside otro de sus muchos defectos. No el hecho de que trate de copiar
descaradamente elementos de esta, sino que tanto 300 como Spartacus están
repletas de sexo y violencia y eso aquí escasea por todas partes, ya que apenas
hay sangre y las –pocas –escenas de sexo que hay más mojigatas no pueden ser. No
sé a qué mente pensante se le ocurrió que el público potencial de 300 y Spartacus –entre el que me encuentro –iba a ir a ver en masa la
versión light de estas, porque se lució, pero bien.
Luego está el aspecto visual y
técnico, que aquí también hay miga.
Vale que las superproducciones hoy en día suelen costar de 100 millones para arriba. Pero 70 millones de dólares no es un presupuesto de película de serie B, así que no es excusa para que nos ofrezcan un espectáculo visual digno de una película de la Asylum o cualquier mierdaproducción hecha directamente para acumular polvo en la estantería de un videoclub.
Esos paisajes y esos decorados recreados digitalmente dañan la vista de lo mal hechos que están; lo mismo que las batallas y algunos otros momentos que llegan a dar vergüenza ajena. Un buen ejemplo es ese el león creado mediante CGI tan penoso que hasta dan ganas de arrancarse los ojos nada más verlo; ni punto de comparación con el que aparece en la película de Brett Ratner. Hasta el león digital que aparecía en Jumanji, de Joe Johnston, era mil veces mejor que el que se ve aquí; y estoy hablando de una película de 1995 que costó 65 millones de dólares.
Esos paisajes y esos decorados recreados digitalmente dañan la vista de lo mal hechos que están; lo mismo que las batallas y algunos otros momentos que llegan a dar vergüenza ajena. Un buen ejemplo es ese el león creado mediante CGI tan penoso que hasta dan ganas de arrancarse los ojos nada más verlo; ni punto de comparación con el que aparece en la película de Brett Ratner. Hasta el león digital que aparecía en Jumanji, de Joe Johnston, era mil veces mejor que el que se ve aquí; y estoy hablando de una película de 1995 que costó 65 millones de dólares.
En cuanto al reparto, pues nada. No
me meto con los actores porque ellos no tienen del todo la culpa. Porque se
nota a mil leguas que el casting fue elegido a dedo y, encima, la dirección de
actores es bochornosa.
El protagonista, Kellan Lutz,
debo decir en su favor que, al menos, se esfuerza en intentar hacerlo bien y
eso es de agradecer. El problema es que es imposible tomárselo en serio con
esas pintas que le ponen, pareciendo más un modelo de pasarela o, incluso, un
actor porno que el famoso semidios griego; y, encima, esos pelos rubios
peinados hacia delante que lleva empeoran aún más las cosas. Además, el tipo es musculoso, pero tenía que
haberlo sido mucho más para dar vida a alguien como Hércules; Dwayne Johnson es
un tipo muy musculoso y, aún así, se puso más fuerte aún para ser Hércules en
su respectiva película. Lutz debería de haber recibido más entrenamiento; sobre
todo, debería de haber trabajado los brazos tanto como los pectorales porque,
si os fijáis bien, los brazos no están a la misma proporción que el torso,
dándole un aspecto más ridículo del que ya tiene.
El resto del reparto, tan solo destacar
a Roxanne McKee, Scott Adkins y Liam McIntyre como Alcmena, Anfitrión y
Sotiris, los únicos que tienen una interpretación algo superior a los demás;
aunque, tampoco mucho.
En definitiva, la película es
espantosa. Un bodrio infumable que no deseo volver a ver más el resto de mi
vida; con una vez ya ha sido suficiente –aunque yo diría que demasiado –.
Sobre la otra película de
Hércules ya hablaré pronto, puesto que estoy preparando ya la review. Pero,
sobre cual de las dos es mejor, está claro cual es la respuesta, porque muy mal
tendría que hacerlo Brett Ratner para que le salga algo peor que esto.
Desde luego, esta PUTA MIERDA no
se la recomendaría ni a mi peor enemigo. Si alguien no la ha visto aún, por
favor, que huya de ella como si de la peste bubónica se tratase.
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